lunes, 29 de junio de 2015

Contrato en prácticas: Misión Imposible (Capítulo III)

Ya en el primer mes del curso, casi todos mis compañeros de la Didascalia comenzaron a tener entrevistas para las prometidas prácticas. Todos menos yo. A mí no me llamaron de ninguna entrevista durante aquel primer mes. Y tampoco al siguiente, ni al otro, lo que hacía que me pusiera un poco nerviosa. La gente iba teniendo sus entrevistas, dos o tres por persona, y tras ellas, dependiendo de la impresión que le hubieran dado al entrevistador de turno y de su propio criterio, colocándose en empresas de todo tipo, del centro o de las afueras, para poner en práctica parte de las cosas que aprendíamos en el curso.
Las escenas eran casi idénticas. Varias tardes a la semana alguien llegaba a clase con una grandiosa sonrisa bañándole el rostro y los ojos relampagueantes, se acercaba a su grupito de confianza, y en un tono lo suficientemente alto como para que lo oyéramos todos, contaba qué tal o cuál organización, tras una breve y agradable entrevista, había decidido contar con él o ella durante tres meses, “para empezar, luego ya se verá”, a cambio de una remuneración decente y durante un número de horas perfectamente compatibles con la Didascalia.
            Si tenía ocasión de hacerlo, yo le daba la enhorabuena al agraciado de la tarde y consultaba con los que aún estábamos sin prácticas si tenían alguna novedad. Cada vez éramos menos los que no las teníamos y soñábamos con que fuéramos nosotros a los que la secretaria del curso, una chica rubia y diminuta, se nos acercara sonriente en un descanso entre clase y clase con un papelito en la mano y nos indicara que tal o cual empresa estaba “en principio” interesada en nuestro perfil.
Algunos lo llevaban peor que yo, intentando buscar causas concretas que explicaran por qué los otros sí y ellos no. Las explicaciones que cada uno se daba eran diversas y variopintas, ¿quizás por la edad?, se preguntaba una aspirante a becaria de treinta y ocho años, ¿quizás por tener una diplomatura en vez de una licenciatura?, se preguntaba un chico de Relaciones Laborales. Quién sabía.

            Así, una vez más, como en tantas otras ocasiones en mi vida, sentía que yo era de los que siempre se quedaban atrás, de los que tenían más dificultades para progresar y tirar hacia delante, de los que veían cómo siempre eran otros los que lograban avanzar más rápido, bravos e imparables, por donde se habían propuesto: por la senda de la vida laboral satisfactoria, por el camino de las relaciones amorosas sustanciosas que acaban desembocando en proyectos de vida en común, por el vericueto de los predestinados a triunfar jóvenes en alguna disciplina. Una vez más, me quedaba claro que yo no pertenecía al clan de los primeros, los primeros en ser elegidos, seleccionados o destacados para hacer algo bueno o grande o para ser obsequiados con cosas envidiables mientras que los de mi grupo, el de los atrasados, el de la postrera opción, el del premio de consolación, los observábamos boquiabiertos y algo confusos, preguntándonos qué maldición pesaba sobre nuestras cabezas para haber sido relegados al último vagón del tren. Sólo nos quedaba mostrarnos pacientes e invocar a la esperanza para que, no demasiado tarde, a nosotros también nos pasara algo bueno. 

jueves, 25 de junio de 2015

Cosas que me gustan: la serie Hannibal (Tercera temporada)

Últimamente disfruto de demasiado sol y playa...Venga, un poco de tinieblas para compensar.

Olvídense de Scully. 
Bedelia, además de tener nombre de vampiresa y melena blonda, 
sabe lidiar mejor con los aliens, ¡digo!, con los caníbales...


Hablemos de la serie Hannibal, que va por su gloriosa tercera temporada. 

Es la mejor muestra de que los temas más terribles, atávicos y repulsivos, si son tratados con exquisitez, cuidado y buen gusto, pueden volverse auténticas obras del Arte del Horror. 

Sus bazas, son muchas. 

Una deliciosa estética recargada y barroca. Una fotografía digna de Oscar que parece inspirada en las oscuridades coloristas del Greco. Una banda sonora obsesiva e insistente como la gota china de la Inquisición, revestida de falsa austeridad y con unos acordes casi tribales. El sugerente atractivo de los espantos varios con los que teje y adorna su trama (la alta cocina con "ingredientes" inusuales presentada de forma deslumbrante, la caza y el tratamiento como piezas de caza a humanos animalizados, el psicoanálisis como puerta de entrada a lo más oscuro de la mente, relaciones humanas enfermizas pero no por ello incoherentes...). Y sobre todo, los actores, que logran con sus milagrosas y matizadas interpretaciones que nos creamos ese mundo de pesadilla y lógica sanguinaria que pueblan.

 En resumen: un recital de Terror Preciosista, el Gesamtkunstwerk diabólico, la prueba final de que aún existen realizadores que merecen el calificativo de Artesanos. 

Y bueno, ¿mi debilidad?. El nuevo personaje de la Tercera temporada, la misteriosa Chiyoh, la Lady Murakami de la versión televisiva de Hannibal. Su charme y look manga me encantan.

Si Tarantino te hubiera visto antes, quizás Kill Bill habría tenido otra chica oriental


https://www.youtube.com/watch?v=weVEJgLHWRo


miércoles, 24 de junio de 2015

A Anabel las setas no le hacen efecto (CAPÍTULO III)


            —Damas y caballeros, con la alucinante música de Mercury Rev como banda sonora, comencemos la ceremonia micofílica para la cual nos hemos reunido aquí.

            Y Ányello empezó a repartirnos vasos de agua y nuestras raciones de setas. Todos estábamos lo más cómodos posible. Carolina, Magdalena y yo, bien colocaditas en nuestros mullidos asientos, como niñas formales, y sentadas las tres juntas, tal y como nos habíamos empeñado. Nos miramos emocionadas y tragamos. The dark rising era el título de la canción. Está anocheciendo.

Como el resto, me quedé bien quieta en mi sitio y extremadamente silenciosa, esperando que aquellas sustancias psicotrópicas vegetales poseyeran mi ingenuo cuerpo y me llevara de paseo onírico por insospechados territorios. Traté de poner mi mente en blanco, algo que era recomendable, pero no podía. Aquello, todos en silencio y con el ruido de la tormenta mezclada con la sugerente música de Mercury Rev como único sonido, tenía algo de ceremonia macabra, sectaria, reptiliana tal vez. ¿De veras que había que estar tan quieto y callado? Era cómico ver las caras de infinita concentración que ponían todos. Tate parecía otra persona, mucho más madura y centrada, más profesor de inglés que nunca. Ányello daba la sensación de que iba a comenzar a levitar en cualquier momento. Yo sólo tenía ganas de reírme. Pero me controlé. Había que ser paciente.

Pero los minutos pasaban y yo seguía dolorosamente lúcida y centrada a pesar de que veía que los demás empezaban a hacer ya cosas raras. Se oían los primeros extraños gemidos, algunas risotadas secas y aisladas, y la quietud comenzaba a romperse. Rubén se puso en posición fetal sobre su butaca, y Carolina posó su cabecita sobre el hombro de Magdalena.

“Espera un poco, que enseguida empezarás a notar algo”, me dije. Pero no, allí no pasaba nada. Yo seguía tan sobria y centrada como siempre.

Y mi sólida paciencia inicial se fue debilitando a marchas forzadas.

Ányello nos había avisado de que no había un tiempo estándar tras el cual comenzaran a producirse los efectos de las setas, que dependía del cuerpo de cada uno. Pero aquella explicación dejó de resultarme aceptable a la hora y cuarto de estar quieta como una cariátide en el sofá de aquel pisito viendo cómo yo era la única de ocho personas que se mantenía inmune al LSD de Madre Naturaleza.

 Porque todos mis compañeros de ingesta llevaban casi una hora disfrutando de sus misteriosos efectos. Yo era testigo directo de ello.

Por ejemplo, a Carolina le dio por decir que Magdalena se había convertido en un hada de fuego. Y no conseguía explicar qué era exactamente esa criatura, sólo la miraba con lágrimas de emoción en los ojos, la veneraba como si fuera un ídolo, jugueteaba con su larga y rizada melena roja y, seguidamente, rompía a reír con aquella risita nerviosa, intercalada con algún que otro sonido porcino, que la poseía en ciertas ocasiones y que a mí me ponía de los nervios. Magdalena, en cambio, ignorando completamente la paranoia de Carolina, estaba totalmente entretenida en seguir y retransmitir en voz alta lo que a todas luces era una tensa conversación entre Audrey Hepburn y Marilyn Monroe, especialmente polémica cuando se tocó el tema de Desayuno con diamantes (Truman Capote había escrito su novela pensando en su gran amiga Marilyn como Holly Golightly,  pero la Hepburn se había hecho con el papel: todo un drama).


Y el resto… Oh, el resto. El resto se entretenía calibrando las nuevas posibilidades que les ofrecían sus extremidades, inhumanamente elásticas y extensibles, y los muebles y objetos del piso de Ányello, de formas cambiantes y con inesperadas propiedades.

Pero ninguno se levantaba de su sitio, ni siquiera elevaban ligeramente el trasero de sus asientos, como si estuvieran convencidos de que si lo hacían, su integridad física pudiera correr peligro.

Curiosamente, Tate era el menos profuso en aspavientos y expresiones. Sentado como un indio norteamericano en el suelo, al lado de la butaca donde estaba Ányello, se creía el comandante de una nave espacial, concentradísimo al (invisible) volante, y muy serio y circunspecto, casi con cara de desagrado. Vaya, el viaje no le estaba sentando bien.

Mercury Rev no dejaba de sonar mientras toda aquella gente se entregaba a las viles artes de las setas mágicas (Ányello debía de haber puesto un disco entero), y cuando finalmente me decidí a abandonar el piso, Saray explicaba al resto que estaban siendo observados por cientos de cámaras de Gran Hermano, que todo aquello era un experimento sociológico. “¡De los hombres lagarto!”, grité con sorna y lo más alto que puede antes de cerrar definitivamente la puerta de aquel piso. Con cierto resquemor, tristeza y la sensación de haber sido vilmente engañada.

lunes, 22 de junio de 2015

Tira al Cajero del Globo

El jueves de la semana pasada tuve una dinámica de grupo para un puesto de administrativo con francés que bien pudo haber sido un pasaje de Anabel perdió el control.

Sucedió en una empresa sita en un polígono industrial levantado en un pueblo a media hora por carretera de la ciudad.


Se trataba de un juego de roles y supervivencia, rollo LostLa lotería (un relato de Shirley Jackson que me alucina), o la meritoria y reciente película española La cueva...


Pero venga. De forma resumida os contaré de qué fue la cosa y cómo terminó...

El juego: vamos cinco personas en un globo aerostático, cinco personas con cinco profesiones diferentes (Contable, Cajero, Acróbata, Reponedor y Catador de vinos) pero sin las herramientas necesarias para ejercer ninguna de ellas (curiosa e innecesaria en mi opinión aclaración de la organizadora del tema, una chica de RR.HH. muy maja), y justo antes de llegar a una isla desierta, resulta que hay que echar a uno al mar por cuestiones de peso.

Vamos, que había que defenderse diciendo que uno valía más vivo que muerto para una inminente vida de supervivencia en la misteriosa isla gracias a sus habilidades profesionales.

Yo, el Contable, logré convencer al resto de que no merecía morir, que sería muy útil en la ínsula gracias a mi organizadora y calculadora mente maestra, mi resilencia (una de esas palabritas que tanto gustan en estos tiempos que corren), mi capacidad para subsanar errores rápidamente... 
Los demás también se vendieron y se defendieron frente a ataques del resto (yo tuve la inmensa fortuna de no recibir ataque alguno, pero en cambio, la tomé con el Catador de vinos, que aseguraba que sería un portento detectando venenos y yo no lo veía nada claro...). 




Fue especialmente cómico el rifirrafe entre el Reponedor y el Cajero, ya que el Cajero acusó al Reponedor, a raíz de cierta declaración esperanzada de éste, de que en la isla no se podía vivir pensando que algún día nos rescatarían, que había que contar con la posibilidad de que quizás moriríamos allí sin ser salvados, a lo que el Reponedor contestó airadamente que él no quería convivir con alguien sin ilusión ni esperanza, "un negativo". Y la reflexión del Reponedor gustó mucho al Catador y al Acróbata (que se hizo valer hablando de lo bueno que sería escalando palmeras para coger cocos), y los tres la tomaron con el pobre Cajero. De nada sirvió mi insistencia por cargarnos al Catador.

Como a dos minutos de que acabara la dinámica seguía la discusión, tuve que ponerme un poquito insistente para recordar que el tiempo se agotaba y organizar las votaciones para elegir a la víctima. Lo logré. 

Por democracia elegimos largar al Cajero (yo prefería al Catador de vinos, como os podréis imaginar). Lo "ejecutamos", la chica de RR.HH. dijo que muy bien, que la dinámica había terminado, y en cuanto cerró el juego, el Acróbata, el Reponedor y el Catador de vinos salieron pitando de la sala con caras de pocos amigos y sin decir ni una sola palabra. Todos tenían coche para volver al centro, todos menos el pobre Cajero y yo, que tuvimos que quedarnos por el pueblo haciendo tiempo para coger un autobús. No tuvimos opción de pedir a ninguno de los otros candidatos que nos llevara al centro, si era tan amable. El mal rollito lo inundó todo...


A la espera del dichoso autobús, el Cajero y yo nos tomamos un café en un local del lugar. Nos reímos mucho comentando lo ocurrido, y el Cajero me confesó que si él quería ventilarse al Acróbata era por llevar calcetines blancos. Que a quién se le ocurría llevar calcetines blancos, que ni que fuera Michael Jackson... Tomamos el autobús, seguimos hablando durante el viaje y cuando llegamos a nuestro destino nos dimos los Linkedin. 



Al día siguiente me llamaron. Que no había pasado la dinámica. El Cajero tampoco la ha pasado. Me lo ha contado por Linkedin. 

Yo ya no entiendo nada, no paso dinámicas en las que me salvo de morir siendo Contable y organizo las votaciones para matar a otro. Pero al menos me rio y conozco a gente interesante. 


miércoles, 17 de junio de 2015

Cómo se comporta tu gente cuando estás en el paro (I)

Están los que te sorprenden para mal

Pensabas que su apoyo, cariño y comprensión serían eternos e incondicionales, y no sucede eso. No, ni mucho menos. 

Algunas de estas personas desaparecen casi como por arte de magia porque ya no les interesa tenerte en sus vidas por diferentes motivos, a saber: no saben de qué hablar contigo, o no les hace gracia que les cuentes tus penas  (vaya rollo escuchar las desgracias de un desempleado, todo el rato hablando del puñetero Infojobs, sus cursitos, datos y cifras oficiales...), o consideran que vuestra etapa en común ha pasado a mejor vida al encontrarte tú en otra diferente y peor (sí, ellos sí tienen trabajo y no, no les costó tanto encontrarlo)...  



Otras de estas personas, aunque no desaparezcan, bien podrían hacerlo, porque ante tu mala fortuna no reaccionan como te esperabas, lo hacen de una forma que te deja boquiabierto para mal. Prácticamente te echan la bronca por estar en la situación en la que estás (vamos, que te hacen ver que piensan que tú eres el responsable único o mayor de estar desempleado), te invitan a olvidarte de tus tropecientos estudios superiores y a ponerte a trabajar YA, de LO QUE SEA (si protestas o dudas te llaman exquisito por no querer ponerte a limpiar un matadero o meterte de aprendiz en una funeraria, por ejemplo) o a irte al extranjero YA, a trabajar en LO QUE SEA (de au pair, camarero, limpiador de hoteles o dependiente en un local de fast food, que siempre hay curro de eso, qué pasa, ¿que se te caen los anillos? ¿No hicieron algo parecido nuestros antepasados en algún momento de sus vidas?). 


Esta gente no escucha cuando les dices que con tu formación es difícil acceder a ciertos trabajos, por muy básicos y manuales que sean, o que irte al extranjero así, sin nada, implica poner en riesgo tus ahorros, despedirte de los tuyos con el mal cuerpo que provoca que tu propio país te esté echando, y empezar desde cero, sin apoyos ni referencias de ningún tipo. 
Las personas que te dan estos consejitos, la mayoría de las veces (lo digo por experiencia), están bastante bien colocadas, no han conocido el paro de larga duración ni su kafkiana maquinaria, y aseguran que de verse en tu situación harían lo que te aconsejan. Aunque ya hayas cumplido los 30 y consideres que esas deliciosas aventuras de currar en LO QUE SEA y DONDE SEA sean más adecuadas para veinteañeros con ganas de tener experiencias nuevas y aprender un idioma que para ti. 

También están los que pudiendo ayudarte no te ayudan. Sabes muy bien que si quisieran podrían llevar tu CV a sus empresas, o que hablando con el señor X o la señora Y podrían tratar de concertarte una entrevista, o, directamente, conseguirte un currillo de corta duración haciendo no sé qué. Pero por motivos que se te escapan, no mueven ni un dedo. 

Y por último están los que si no disfrutan viéndote así, casi. La etiología de esta actitud es misteriosa y diversa, pero la palabra "envidia" puede citarse varias veces sin miedo a pecar de malpensado. 


domingo, 14 de junio de 2015

Una pizca de humor negro (CAPÍTULO III)

A Rubén, en particular, le ponía de los nervios que en Infojobs, cuando se presentaba a una oferta de empleo y era preseleccionado, podía estar así durante semanas y semanas (lo que se traducía en que durante semanas y semanas Rubén gozaba del fino halo de esperanza de ser entrevistado en persona, y si la diosa Fortuna le echaba una mano, ¡ser contratado!), cuando de repente, Dios sabía por qué, la pantalla de su ordenador le avisaba de que aquella oferta de trabajo había desaparecido. Así, sin más. Y Rubén X Y de 32 años de edad, natural de Bilbao (Vizcaya), licenciado en Psicología, con dos títulos superiores de idiomas y que en un cuestionario previo había contestado que lo que le atraía de aquella oferta de empleo era que le daría la posibilidad de desarrollarse personal y profesionalmente en una gran empresa con una reputación inmejorable, se quedaba confuso, desamparado y sin explicaciones.  
La falsa malhumorada le explicó a Rubén con mucha sensibilidad que una amiga suya que trabajaba en Recursos Humanos le había comentado que a veces publicaban ofertas en Infojobs y en otras páginas similares no porque realmente hubiera puestos vacantes que requirieran personal, sino para atraer candidatos para engrosar bolsas de empleo.
            —Así que utilizan Infojobs etcétera como casitas de chocolate embaucadoras, al estilo de la bruja de Hansel y Gretel —dije sin pensarlo demasiado. Se rieron.
            —Buena comparación —me guiñó un ojo el Tate, el amante del otro chocolate.
Saray, por su parte, contó algo de lo que yo ya me había dado cuenta: en los últimos tiempos las ofertas dirigidas a personas menores de treinta años y a discapacitados habían aumentado de forma impactante. ¿El motivo? En ambos casos las empresas obtenían beneficios económicos, nada que ver con las ganas de ayudar a los jóvenes y a los discapacitados.
—Con el tema de la edad no se puede hacer nada, no me puedo quitar años de encima ni retroceder en el tiempo para volver a tener veintinueve años, pero en cuanto a la incapacidad, como veo a diario tantas y tantas ofertas atractivas en las que yo encajaría si tuviera alguna clase de discapacidad, me entran ganas, no sé, de cortarme dos dedos de la mano izquierda, por ejemplo, que soy diestro… —dijo Rubén mirándose su mano izquierda mientras la giraba por encima de sus ojos. Y yo le disparé al instante:
            —Ya, pero entonces te dirían que tu caso no sirve, que no llegas al 33% de discapacidad, el mínimo que siempre exigen, y que deberías haberte cortado dos dedos de la mano derecha o, ¡o!, uno más de la izquierda.



            Y todos rieron con ganas no sin acusarnos de tener un humor negro, muy negro.
            —O a lo mejor te tendrías que sacar un ojo… —añadió Magdalena.

Pero la broma ya había caducado; a nadie le hizo gracia. 

viernes, 12 de junio de 2015

Recapituleision

Hace ya un mes que el blog de Anabel perdió el control es una realidad. Y en este mes, aunque aún no haya recibido comentarios escritos, mi gente me ha hecho llegar los suyos.


En general, la historia de Anabel gusta (y no sabéis cuánto me alegro).


Muchos se sienten identificados con ella desde el punto de vista laboral (sobra decir que hablo de los que en algún momento de su vida se han enfrentado al desesperante mundo de la búsqueda de trabajo sin contactos ni padrinos), pero me ha sorprendido comprobar que los post que más han agradado (son también los más leídos) son aquellos en los que Anabel tiene que sufrir a sus primas, un grupo de pelmas obsesionadas con que Anabel no tiene pareja y nada discretas ni sensibles a la hora de hacérselo saber.


Así, se puede decir que a la vez que está atrapada en el Purgatorio del Desempleado, Anabel tiene que soportar también  la "tara" de ser una suerte de Bridget Jones.


Vamos, todo un placer...


En cuanto a los consejos para mejorar este blog, he recibido varios bastante sensatos.
El que más se ha repetido es que debería publicar textos más cortos, espaciarlos más (publicar a diario puede llegar a saturar y hacer que la gente pierda el interés inicial), tratar de no poner pasajes inconexos o confusos (no dejar diálogos sin terminar, dar algunas pistas de quién es el personaje al que se alude, etc...), poner fotos o ilustraciones para agilizar la lectura y hacerla más atractiva (esto, sacado de contexto, podría parecer la petición de un crío de primaria, pero sé por dónde van los tiros, jejeje...), y hablar más de mí, o al menos, de mis gustos y reflexiones, más allá de la historia de Anabel, en la que hay bastante de mí.


Todo esto está muy bien. Y tomo buena nota de ello. Aunque haber concebido este blog como una especie de muestrario de mi novela es lo que puede haber traído todos esos "defectos". Quizás el secreto para logar que sea más atractivo y agradable de leer es personalizarlo más y poner trozos de Anabel perdió el control cada cierto tiempo, no de forma continua.

Creo que a partir de ahora así va a ser la cosa.

Y bueno, para empezar un poco a aplicarme el cuento, venga, os recomendaré algunas cosillas que me han gustado últimamente y que creo que buena parte de los desempleados y mal-empleados de este país y del mundo sabrán apreciar.



En el Festival de Cortometrajes Caostica del Bilbao de mis amores, que acaba de finalizar, tuve la suerte de ver varias piezas muy interesantes y en las que está claro que el Monstruo de la Crisis ha sido la fuente de inspiración directa para sus creadores. Los que más me gustaron fueron los siguientes:

- Nada S.A., de Caye Casas, en el que a un hombre le ofrecen 2.500 eureles al mes (más incrementos anuales del 30%) por sentarse en una silla 10 horas al día, 6 días a la semana, y no hacer nada,  absolutamente Nada (imaginad, imaginad, cómo sería la cosa), y el ganador del festival y mi preferido.

- Casitas, de Javier Marco. Una pareja de treintañeros triunfadores vive plácidamente en su casita de postín hasta que llega el padre de ella y alucina un poco con lo que ve... (no sigo para no incurrir en spoiler). También muy logrado, y que aunque se haya rodado en clave de fábula cómica, tiene un trasfondo triste y amargo.

-El corredor, de José Luis Montesinos. Cuenta lo que sucede cuando un ex-empleado y el ex-jefe que le despidió se reencuentran años después en circunstancias laborales y económicas totalmente diferentes. Una buena dosis de mala leche no demasiado antipática con final moralizante.

Y nada más, que a partir de ahora Anabel desansará un poco y sabréis más de los gustos y reflexiones de quien la creó, que por cierto, sí, sigue formalmente en paro tras tres años.

Muchas gracias por estar ahí.

PD: y pondré fotos y dibujitos


jueves, 11 de junio de 2015

Reptilianos, Sala de Staff, Wake up... (CAPÍTULO III)


─Nos decían que si estudiábamos las cosas nos irían bien, que viviríamos mejor que nuestros padres, y mirad qué panorama. Todo, porque esta Crisis es obra de esa Élite que siempre ha querido que el pastel fuera entero para ellos, que los hijos de los obreros no estudiásemos y llegásemos a su nivel académico a base de esfuerzo y méritos. Y ahora que pueden, se están vengando. Se están cargando a la clase media y fingiendo que todo es cosa de ese ente inmaterial llamado Economía. Pero se esfuerzan en buscarnos soluciones y nos animan a que nos vayamos fuera, a limpiar váteres en Londres o a cuidar viejos en París, intentando convencernos de la gran experiencia que ello representará para nosotros. ¡Ja! Y yo me rio. ¡Que se vayan sus hijos a poner hamburguesas a un apestoso local de Edimburgo! Ah, no, eso no. Sus hijos, por si no lo sabíais, son diferentes, juegan en otra liga. Sus hijos se irán a Oxford o a Harvard a hacerse uno de esos másteres o didascalias o como se diga que cuestan un pastón. Y en cuanto acaben, entrarán con la cabeza bien en alta en una de las empresas de algún amigo de papi. Y encima, creyéndose con méritos para ellos. Si es que hay empresas que son endogamia pura… ¡La mayoría! Sólo entran primos, sobrinos, nietos, hijos, nueras, yernos o amiguísimos de los que ya están ahí, desde el principio de los tiempos. Si los pobres y desconectados conseguimos encontrar trabajo en este país, son trabajos nauseabundos o pagados de forma vergonzosa. Mirad esta sala, todos universitarios con idiomas y buena pinta, y ni uno tiene un curro decente. Porque lo que quiere esa Élite es esclavitud, que nos quedemos jorobados y estancados.

Vaya, qué bien se había expresado el tal Rubén. Muy bien. Otra sorpresa.

Entonces habló Tate. Costaba un poco entenderle, pero hizo un gran esfuerzo. Frunció el ceño e intentó revestir de solemnidad su grumoso tono de voz.

            —Os reiréis, diréis “Este Tate está como una cabra”, pero os digo yo que esas teorías conspirativas tan absurdas que circulan por ahí son mucho más sensatas de lo que creemos. Como sabréis, muchas de ellas hablan de que estamos en manos de logias de alienígenas o seres sobrenaturales, criaturas que no son de este mundo pero que llevan cientos de años moviéndose por nuestro planeta, y que tienen poderes y habilidades que nosotros no tenemos, y que se ayudan entre ellos para tener todo el poder del mundo en sus garras. Porque más que dinero o vidas cómodas, esos bichos se alimentan de poder, y viven pensando y tramando para acumular más y más poder. Eso es la savia de su vida: el poder. Y quien les planta cara, las pasa canutas. Llamadlos como queráis, masones, iluminatis u hombres lagarto, pero estoy seguro de que ellos son esa Élite de la que acaba de hablar Rubén. A mí, personalmente, me alucinan los hombres lagarto. Se dice que están metidos en banca, política, economía, Hollywood y todo en general, y que se cubren muy bien las escamas, con maquillaje, máscaras o lo que sea, pero que en realidad, son eso, lagartos, hombres y mujeres lagarto, aunque se les llame en genérico “hombres lagarto”. Aunque también se les conoce por reptilianos. Cuando cuento todo esto la gente se ríe y dice que si se me fue la olla viendo V, y yo me callo y les pregunto… —y en este punto, Tate mudó completamente cara, mostrando un gesto todo sabiduría, intriga y sugerencia, abriendo mucho sus ojillos claros y levantando de forma escandalosa su ceja derecha, y plegó todos los dedos de su mano derecha menos el índice, con el que señaló al aire—, ¿de dónde creéis que salió la idea de V? ¿De dónde, eh? ¿De la mente alucinada de un guionista hasta las trancas de ketamina o LSD? Nooo. No, muchachos y muchachas, os digo yo de dónde salió la idea de V: de un verdadero reptiliano. Un reptiliano con ganas de confesarse, de desahogarse, de gritarle al mundo “Mirad qué idiotas habéis sido al no daros cuenta de lo que pasa aquí”. ¿O no habéis oído nunca eso de que hay grandes criminales que hasta que no son descubiertos no consideran que su obra ha quedado redonda? Pues a eso voy.  

            Cuando terminó su intervención, Tate, visiblemente satisfecho, dio un generoso trago a su lata de cerveza y nos miró desafiante, a ver quién era el atrevido que le llevaba la contraria. Fuera quien fuera, seguro que Tate tenía sólidos argumentos para rebatirlo y anularlo. Así que nos quedamos todos calladitos, tragando como podíamos aquella lúcida patochada.

            Y seguimos hablando.

Magdalena y Carolina se quejaron de sus respectivos empleos (jefes sociópatas, jefas envidiosas, compañeros pelotas, sueldos nefastos, horas extras exigidas y nunca recompensadas: historias que yo ya me sabía), Ányello —licenciado en Física y estudiante de Filosofía por la UNED—, participó contando sus propias anécdotas de maltrato laboral en las cinco o seis empresas en las que había trabajado antes de llegar a la tienda donde estaba entonces, y la falsa malhumorada, nos habló de algo alucinante que pasaba en su trabajo.

Era ingeniera informática en una célebre multinacional entonces en horas bajas, tan en horas bajas que estaban despidiendo a buena parte de su personal siguiendo las pautas de una suerte de Gran Hermano macabro en el que las personas que menos rendían o peor se portaban o peor caían, terminaban de patitas en la calle. Pero antes de esa patada definitiva y final, los casos dudosos, es decir, trabajadores que ya no tenían nada práctico e inmediato que hacer pero que no estaba claro que fueran a ser despedidos, aguardaban a su Destino en la llamada Sala de Staff.

La Sala de Staff era una especie de purgatorio postmoderno con sofás duros y severos y mesitas con periódicos y revistas. Una salita de espera antes de tomar el corredor que llevaba al Infierno del Desempleo o, algo poco probable, retornar al Paraíso del Trabajador. Allí, sus desdichados habitantes pasaban el tiempo, mirando a las musarañas, entretenidos con sus móviles o sus portátiles (nadie tocaba los periódicos y las revistas allí colocadas, como si fueran frutos de Proserpina), o conversando entre ellos. Ocho horas al día, cobrando lo mismo, vistiéndose y comportándose como si realmente estuvieran en un entorno laboral usual, pero sin saber qué iba a pasar con sus futuros inmediatos.

Algo más de la mitad de los que pasaban una temporada en la Sala de Staff acababan haciendo cola junto con hordas de zombis desorientados más frente a las oficinas del INEM.

            ─Así que —concluyó la falsa malhumorada pidiéndole una caladita de porro a Tate─, si te mandan a la Sala Staff, ya sabes que tienes la mitad de posibilidades de ser despedido. Pero os juro que en cuanto me huela que las cosas van a acabar mal, que me mandan a la Staff para largarme a la calle a continuación, les lleno la maldita salita de pintadas y grafitis de mal gusto.

            —¿Sabes hacer grafitis? —preguntó entonces Tate.

            —No, pero aprendería. Contrataría al más pervertido y perverso gasfitero de la ciudad para que me enseñara.

            —Siempre puedes mirar los tutoriales de YouTube, ahí te enseñan hasta hacer un cóctel molotov —dijo entonces Magdalena. Luego se levantó y fue a poner una nueva canción en el ordenador. Así pasamos de Editors a Arcade Fire. Dios, al menos el Dios de Mis Gustos Musicales, reinaba en aquel pequeño y sobrecargado piso del Casco Viejo de Bilbao.

            ─Qué maravilla… —dije en voz alta al escuchar los primeros acordes de Wake up, y de pronto noté que todos los ojos se posaban sobre mí.

miércoles, 10 de junio de 2015

Anabel se dispone a tomar setas alucinógenas (CAPÍTULO III)




Así pues, la invitación a consumir setas alucinógenas en compañía de mis dos grandes amigas llegó en el momento perfecto.



El colega de Magdalena se llamaba José Ángel, Ányello para los amigos, y vivía en un bonito y pequeño apartamento del Casco Viejo. La casa pertenecía a una tía abuela suya, viuda e ingresada en un geriátrico, cuyos hijos le cobraban un alquiler muy bajo porque de momento no necesitaban más dinero. Un chollo.


Ányello había entrado a trabajar en la tienda de Magdalena apenas hacía un año, pero enseguida se habían hecho grandes amigos. Y por fin, después de tantas y tantas historias sobre el genial Ányello —Magdalena lo mencionaba una media de tres veces al día—, Carolina y yo le conoceríamos. Hasta entonces había sido imposible, por caprichos del Azar o del Cosmos, un poco como les pasaba a Magdalena y a Carolina con Glenda.


Ányello era bajito y muy flaco. Llevaba el pelo, muy abundante, peinado en punta y teñido de un fluorescente tono entre granate y naranja oscuro. Tenía un rostro de facciones pequeñas y roedoras, la tez muy pálida, y unos grandes y expresivos ojos de un poco habitual verde azulado. Piercings en la oreja izquierda, en la nariz y el labio. Vestía como un antisistema burgués, con prendas amplias y deportivas pero de marcas caras, y tenía una voz increíblemente aflautada.


Magdalena nunca nos había hablado de Ányello como “hombre”, Carolina y yo tampoco le habíamos preguntado nada al respecto, y en cuanto vi a aquel chico tuve claro por qué mi amiga no podía verlo como posible amante: era demasiado afeminado para ella.


Además de ser compañero de trabajo de Magdalena (él estaba en la sección de tecnología), Ányello también escribía en La paragüería del señor Kafka gracias a la insistencia de Magdalena, que enseguida descubrió el talento del muchacho para la crítica literaria, rigurosa y un punto académica en su caso. El hecho de que ambos escribieran en aquel dichoso blog literario hizo que buena parte de la conversación de aquella noche, antes de tomarnos los hongos ketamínicos, versara en torno al santo espacio y las mejores anécdotas y curiosidades que sus colaboradores habían vivido allí en sus cuatro años de vida.


            El resto de los invitados de Ányello eran un muchacho espigado, rubio y aparentemente muy tímido (tenía la mirada baja y huidiza en todo momento) que se llamaba Rubén; una chica de larga cabellera teñida de rojo intenso e indumentaria gótica, muy simpática, que respondía al nombre de Saray; otra chica, rubia, bajita, vestida con una falda hippie (hacía frío y llovía a mares) y con una cara de malas pulgas casi cómica, con la naricilla arrugada y la boca torcida, pero que en cuanto comenzaba a hablar dejaba claro que aquélla era su expresión habitual, y cuyo nombre no me quedó claro la primera vez que lo escuché, lo pregunté una segunda vez, siguió sin seguirme claro, y como me dio apuro preguntarlo una tercera vez, hice ver que lo había entendido; y un chico con largo cabello castaño claro, barba estudiadamente descuidada e indumentaria estilo surfista, muy risueño desde el primer momento, un risueño que a todas luces derivaba de haberse fumado más de un canuto en lo que iba de tarde. Cuando llegamos estaba estrenando uno. Le llamaban Tate, y nadie explicó de dónde venía ese nombre.


Todos eran amigos de Ányello, y cuando Magdalena, Carolina y yo llegamos a casa de Ányello, creíamos que también lo eran entre ellos, pero más tarde nos enteraríamos de que se acababan de conocer aquella noche. El tema de consumir setas alucinógenas había sido el nexo de unión temporal entre todos nosotros.


Nos entendimos enseguida. A ello ayudó el espacio más bien reducido en el que nos apoltronamos, en la salita de estar del piso de Ányello, sentados y acurrucados sobre y bajo un par de sofás de tapicería granate, con una mesita baja repleta de aperitivos tipo patatas fritas y encurtidos (pero fuimos advertidos de que no comiéramos demasiado, que luego las setas podrían jugar malas pasadas con nuestros estómagos llenos), Marilyn Monroe y Audrey Hepburn observándonos desde los cuadros kitsch que presidían la pared de enfrente, y un número interminable de latas de cerveza que enseguida comenzaron a circular por allí.




martes, 9 de junio de 2015

Vuelta al cole... con más de treinta (CAPÍTULO II)


Fue menos extraño de lo que me imaginaba retornar a las aulas, aunque mientras preparaba mis útiles para el comienzo del curso me acosaron de una manera preocupante sospechas de que había viajado en el tiempo. Volvía a la época de las carpetas y las mochilas, de los infames deberes, de los fastidiosos exámenes, y de estar inmovilizada en una silla durante horas tratando de interesarme por lo que un profesor me contaba desde su estratégico lugar.

Mis compañeros resultaron ser, en su mayoría, cordiales. Mi edad era la media perfecta en aquel grupo variopinto en cuanto a años y estudios. Había personas desempleadas —la mayoría— y empleadas —querían seguir formándose pese a tener trabajo, hasta el punto de haber pedido permisos y reducciones de jornada para hacerlo—, y en general, el ambiente resultaba serio. En general, porque había un grupillo de seis, tres chicos y tres chicas de los más jóvenes, que desde el primer día dejaron claro que los coqueteos y los tira-y-aflojas que caracterizan las relaciones mixtas de la pubertad continuaban bien presentes en sus actitudes. Sus grititos, burlas y desvaríos eran tan sonoros y fastidiosos que hasta provocaron que un profesor, exasperado, tuviera que separarles. “Cómo se nota que se lo pagan sus padres”, comentó amargamente la señora que se sentaba a mi lado.

El profesorado estaba formado por personas consideradas grandes profesionales que hablaban con claridad y energía y transmitían mucho interés en lo que contaban: cómo enfrentarse a  las necesidades administrativas básicas de una empresa. Pero luego

estaba la forma de dar las clases. La base de todo lo eran las fotocopias, las cientos, miles, de fotocopias que nos entregaban a diario para poder llevar las lecciones de forma ordenada (¿qué había sido de los apuntes de toda la vida?), hacer trabajos puntuales o ejercicios prácticos, y estudiar en casa. Más y más papeles pulcramente impresos, con subrayados y negritas, algunos en color, casi todos en blanco y negro, paginados siempre, sueltos o encuadernados, grapados o acumulados y encuadernados en libritos, que nunca, nadie, jamás, se leería enteros. Toneladas de papeles otrora blancos y pulcros ilustrados a conciencia a base de teorías, afirmaciones, negaciones, citas, esquemas, diagramas, gráficos, cifras o ejemplos que la mayoría de las veces ni se miraban por encima. En fin, gruesos tratados de conocimientos propios o ajenos, de autoría demostrada o dudosa, de los que sólo una ínfima parte acabaría ocupando un lugar temporal en las cabecitas de sus receptores.

Y las explicaciones en clase casi siempre eran acompañadas de un colorista y bien nutrido conjunto de fichas PowerPoint proyectadas sobre una gran pantalla blanca colocada sobre el encerado, fichas que el profesor correspondiente se dedicaba a desarrollar brevemente y a pasar y a pasar con la ayuda de un mandito a distancia, en pie frente a todos nosotros, como si fuera el chico o la chica del tiempo del telediario. Al final de la lección, todas esas trabajadas filminas del nuevo milenio se nos entregaban convenientemente fotocopiadas.

lunes, 8 de junio de 2015

Comienza el CAPÍTULO III: Fórmate hasta la deformación. Hazte una Didascalia


Didascalia en Tareas Administrativas Básicas y Gestión Elemental de los Recursos Humanos. Escuela de Estudios Administrativos Polivalentes de Bilbao, en el centro, en el puro corazón de Bilbao. Título homologado. Plazas limitadas. Exigencias para entrar: diplomatura o licenciatura universitaria o título similar. Seis meses de duración, cinco horas de clase diarias en horario de tarde, de lunes a viernes, y un mínimo de tres meses de prácticas obligatorias (y remuneradas) para aprobar el curso, a ser posible, a realizar desde el primer mes. Precio: 6.000 euros, o lo que es lo mismo, todo un millón de las viejas y defenestradas pesetas. Utilidad: muy alta, altísima, porque aquella prometedora y casi recién nacida Didascalia —nueva modalidad académica nieta de la Diplomatura, hija de la Formación Profesional y hermana pequeña del Master—, según el sabio Sandman y el trabajado folleto que lo anunciaba como la octava maravilla del mundo, le abría a uno las puertas del cielo laboral, permitiendo acceder a mil y un empleos atractivos y en pleno auge, interesantes y bien recompensados.
Y mi padre le creyó a Sandman, y mi madre no supo muy bien qué decir, y yo fui incapaz de decir que no. Bueno, francamente, una parte de mí tenía ganas de hacer algo, lo que fuera, algo diferente a no hacer nada. Y seguir formándome, como recomendaban ilustrados expertos en empleo y desempleo desde los medios de comunicación, era algo. “Las etapas de desempleo son buenos momentos para seguir formándose”. Ah, aquella frasecita de postín emitida por sabios sonrientes y bien vestidos a los que les pagaban por teorizar sobre lo que uno debía hacer cuando nadie le contrataba…
            En fin, acordé con mis padres realizar el cursito, ¡perdón!, la Didascalia, de marras porque quise creer que mal no me vendría, y el hecho de que incluyera al menos tres meses de prácticas remuneradas era un gran punto a su favor.

Según me explicó uno de los coordinadores académicos de la Didascalia en una entrevista previa a la inscripción final, cada año, algunos estudiantes del curso tenían la inmensa fortuna de ser contratados por las empresas en las que habían realizado las prácticas. “Y tú puedes ser uno de esos estudiantes, Anabel. Con toda tu preparación, no me extrañaría nada”, me dijo el risueño coordinador. Y como me hizo tanta ilusión que después de tanto tiempo alguien con aspecto de saber de lo que hablaba me dijera algo bueno, se me escaparon un sonidito de regocijo y una sonrisa de iluminada. Pero al instante tuve la sensación de que era una concursante mediocre de un programa de talentos recibiendo el edulcorado veredicto de un jurado comprado. Comprado por 6.000 euros. 

sábado, 6 de junio de 2015

Fin del Capítulo II

Aquel verano decidí quedarme en la ciudad. Todo el verano. Magdalena y Carolina irían varios días a sus respectivos pueblos durante la primera quincena de agosto, y la primera semana de septiembre las dos juntas viajarían a Ámsterdam. Yo no las acompañaría.
Al igual que en Semana Santa, mis padres intentaron convencerme de que aceptara su ayuda económica y que me fuera con mis amigas a Holanda, pero mi “no” fue rotundo, de nuevo. No podía aceptar su dinero para disfrutar de unas vacaciones que juzgué innecesarias.
Me conformé con acudir regularmente a la casa que mis padres tenían en la costa, en un lindo y apacible pueblo cántabro situado a menos de una hora de Bilbao, y a disfrutar con mis amigas de las fiestas que se celebrarían por toda la geografía de Vizcaya y que sus agendas vacacionales les permitieran.
Así pasé el verano de mi segundo año en paro, entre playa y asfalto, sin dejar de buscar trabajo y entregada a un ocio tranquilo cuya guinda fue quedar con mis compañeros del Master en las Fiestas de Bilbao, justo un año después de nuestra última cita. Y resultó que aquella noche me encontré en un local del Casco Viejo con el Señor Misterioso. En un contexto completamente diferente al de Bidebarrieta, jocoso y feliz con sus amigos (francamente, el verle con un vaso tamaño gigante de cerveza en la mano y un pañuelito de fiestas al cuello le quitó parte de su encanto maldito). Pero por miedo a que mis amigas cometieran alguna locura (no era difícil de imaginar a Magdalena lanzándome encima del Señor Misterioso o a Carolina dando grititos de emoción bochornosos), opté por contárselo sólo cuando el objeto de mis desvelos y sus colegas habían abandonado ya el local, lo que me granjeó una buena bronca en la que Carolina fue especialmente insistente y repetitiva (“El no ya lo tienes, el no ya lo tienes…”, no paraba de repetir). Me dijeron que así nunca conseguiría nada, que había que ser más atrevida y decidida y aprovechar el momento, que uno nunca sabía qué podía pasarle de un día para otro, etcétera, etcétera…
Pero lo que sucedía era que yo, secretamente, tenía la esperanza de que el Señor Misterioso y yo tuviéramos un acercamiento en un contexto más sobrio, y a ser posible, sin seres conocidos alrededor, en la propia Biblioteca de Bidebarrieta cualquier tarde entre semana, por ejemplo. Algo dentro de mí, algo infantil, iluso y empalagoso, me decía que así sería, que así le conocería, y no dentro de demasiado tiempo.
Aquel verano, con el prometedor otoño en el horizonte y frases de lo más optimista (“Como esto no puede empeorar, seguro que este año mejoran las cosas”, “Dicen que lo peor ya ha pasado”) sonando a todas horas, en la calle y en la televisión, por boca de sabihondos políticos, analistas, especialistas y personas de todo tipo y condición, llegué a estar de veras esperanzada, a creer que podría tener un trabajo a comienzos de aquel inminente curso.

Pero allí estaba Sandman para organizarme mi vida de desempleada y prácticamente obligarme a volver a las aulas. 

(fin del Capítulo II)

viernes, 5 de junio de 2015

Tu candidatura ha sido descartada (CAPÍTULO II)


           


Sin embargo, yo cada vez estaba peor. Seguía sin ser convocada a ninguna entrevista de trabajo pese a que cada día buscara durante horas en Internet ofertas en las que pudiera encajar y enviara mi currículo adaptado con su respectiva carta de presentación adaptada.

Exigimos licenciatura en Derecho. ¡La tengo! Inglés y francés. Sí, of course, bien sûre. ¿Nivel? Muy alto, ambos, y de regalo, nivel básico de alemán y algo de euskera. Y a los pocos días, me descartaban. Me lo comunicaba sin ninguna empatía el rectangulito de Infojobs que hasta entonces había recogido el aviso de que mi candidatura había sido recibida por la empresa correspondiente, todo él cubierto de una especie de tela de araña gris y con el mensaje de rechazo bien redactado, por si semejante cromatismo lúgubre no me lo hubiera dejado claro: “Tu candidatura ha sido descartada”. Cómo fastidiaba aquello… Picaba especialmente cuando en el mencionado rectangulito gris aparecía que mi CV, en un primer momento, antes de ser finalmente rechazado, había recibido la aspita verde de “Leído” y, ¡albricias!, otra aspita verde que decía: “CV incluido en el proceso”. Vanas esperanzas.

Las otras páginas de búsqueda de empleo me escupían el “NO” con una simple pero agresiva crucecita roja o un aséptico “No preseleccionado”.

  ¿Y por qué? ¿Por qué diablos, por qué? ¿Qué se les había pasado por la cabeza a todos aquellos consultores de RR.HH., invisibles y todopoderosos, que desde la distancia me consideraban no apta para estar en una empresa, bien vestida, frente a un ordenador y con un teléfono al lado, con el ceño fruncido, gestionando o tramitando lo que fuera? Nunca lo sabría. Nunca daban motivos. La pantalla del ordenador, sencillamente, me escupía NO.


Y pedían programas informáticos diversos e infinitos, de nombres exóticos y en acrónimos que daban por hecho que el común de los mortales conocíamos, programas de contabilidad, nóminas, documentación, almacenaje, reservas de habitaciones de hotel, organización de viajes y de todo tipo de gestiones que yo no había tocado jamás y que nunca tendría la oportunidad de conocer y poner en práctica. ¿Que por qué? Porque nadie me daba la oportunidad de conocerlos, de tener un periodo formativo para familiarizarme con ellos, aprender su intrincado funcionamiento y después utilizarlos. Querían que los candidatos fuésemos desde el primer momento criaturas completas y experimentadas. Si no, au revoir.

Y pedían varios años de experiencia que era técnicamente imposible que tuviera porque llevaba años sin que nadie me diera la oportunidad de tener experiencia alguna. Anabel atrapada en el Círculo Vicioso.

“Es que ahora, con la Crisis, te pueden pedir lo que quieran. Hay demasiado de todo”, decían por ahí. Y la resignación comenzaba a resbalarme como si sobre mi piel hubiera crecido un impermeable contra todos aquellos sentimientos que implicaban serenidad y aceptación. Mis instintos más oscuros pugnaban cada día más por cubrirme de arriba abajo y abocarme al desastre.

            La situación parecía no cambiar y era desesperante ¿de veras que al resto de las personas en paro, en circunstancias parecías a la mía, les sucedía lo mismo? La única persona parecida a mí que tenía en mi círculo más íntimo era Fátima, y desde luego que a ella le sucedía igual que a mí, pero me obsesioné un poco con la idea de tener más casos como el mío a mano, para tratar de averiguar si realmente era yo la que hacía algo mal o la que no hacía lo suficiente. Mi vida era un puro y completo estancamiento sin perspectiva de mejoría a la vista.

            Sin embargo, la actitud animosa y esperanzadora de mis padres se mantenía obstinadamente firme, y aunque sospechara que se mostraban así de optimistas de forma impostada, sabía que lo hacían con la noble intención de no dejarme precipitarme en el desánimo.













Madre Ciudad te devora: Metrópolis, de Ferenc Karinthy

El turista accidental . Siempre me ha resultado curioso este título y la mezcla de sensaciones que me despierta: regocijo, suspense, cierto ...