sábado, 26 de septiembre de 2015

Cosas que me gustan: La visita, de M. Night Shyamalan




Adelante, no tengas miedo... Métete en el horno a darle brillo, cielo...

 Antes de nada, aviso: la siguiente crítica puede estar plagada de SPOILERS.

Dicho lo cual, hablemos de La visita

Con las películas de su director, M. Night Shyamalan, he tenido reacciones diversas, así que no puedo decir "oh, me encanta Shyamalan" o "buff, no, ese hombre hace cosas muy pretenciosas", opiniones extremas en las que la gente que conozco suele agruparse. 

Yo, en cambio, creo que algunos de sus trabajos son francamente buenos por la tensión y las atmósferas tan particulares que crean (a medio camino entre el cuento de hadas tenebroso y el suspense envuelto en drama de tomo y lomo), la originalidad de sus argumentos, y sus ritmos, con tramos morosos o acelerados dependiendo de lo que se cuenta. 

Así, os diré que El sexto sentido (cómo no) me gustó mucho y que por ahora es la obra que más me agrada del director. El protegido me pareció una frikada en cuanto salí del cine pero algo después, más digerida, le encontré muchas virtudes, entre ellas, que el elemento fantástico irrumpa sin complejos en mitad de un entorno gris y urbano. Porque me gustó ver la historia de un padre y un niño tristes y aparentemente vulgares revelándose como todo un equipo en busca de una impactante verdad. Y bueno, el villano de la función me pareció un personaje siniestramente insólito.
¿Habrá una tercera intervención Willis/Shyamalan?
¿Resucitará Tarantino a H. J. Osment?
Lo mismo me pasó con El bosque (la tensión durante toda la película no me la quitó nadie por mucho que el final me hiciera lanzar un "¡venga ya!"): pasado un tiempo prudencial después de verla la digerí mejor y terminé viéndola como una fábula en forma de película de suspense llena de simbologías más o menos sutiles pero que le iban bien a la atmósfera que la envolvía. 
El incidente, de nuevo, me hizo pensar si aquello era un cachondeo o una genialidad (era casi cómico encontrarme en cada fotograma con el ceño fruncido de Mark Wahlberg y los ojos manga de Zooey Deschanel), pero otra vez llegó el tiempo de reposo tras el visionado y llegué a la conclusión de que el asunto no estaba nada mal, que la historia estaba tan bien contada como merecía, y que había algunas escenas brillantes por impactantes y aterradoras. 

Pero dejemos ya los trabajos pasados de Shyamalan: no quiero opinar sobre La joven del aguaAirbender, y After Hearth. Porque no diría cosas nada buenas... Tampoco sobre Señales, que aunque no me disgustó, no me dejó el mismo buen sabor de boca que las películas que he mencionado en el párrafo anterior. 

La visita. De qué va... 


La próxima abuelita de Master Chef...
Deseando que el jurado sea borde con ella


Un par de hermanitos, linda y muy inteligente niña de quince y travieso y aficionado al rap niño de trece, van a pasar una semana de vacaciones con sus abuelos maternos, que viven en una gran casa apartada en otra ciudad. Mientras tanto, su madre treintañera se irá de crucero con su nuevo novio. La peculiaridad de esta familia es que el padre les abandonó hace tiempo porque se enamoró de otra mujer y que la joven madre lleva quince años sin hablarse con sus padres porque estos llevaron muy mal que la muchacha, con apenas diecinueve años, les abandonara para fugarse con su profesor de la high school: el que luego fue el padre de sus hijos. Pero resulta que gracias a Internet la hija pródiga vuelve a ponerse en contacto con sus padres, se reconcilian, y para que conozcan a sus nietos se los envía esa semana que ella se va de vacaciones. 
Ya tenemos premisa: los niños van a pasar una semana con un par de ancianos que son sus abuelos pero a los que no conocen de nada. 

La película, creo que ya es hora de decirlo, está rodada en forma de falso documental con la excusa de que la niña quiere ser cineasta de mayor y hace ya sus pinitos, todo el rato cámara en mano y con sus programas de edición, sus ordenadores última generación, etc... Y aunque es algo que no me suele gustar mucho (me marea y creo que les quita un poco de seriedad a las películas), en este caso considero que es un acierto. Así el espectador asiste al mismo desconcierto creciente que los chavales, porque resulta que los abuelos son raros, muy raros: cada vez más raros. 
Cinema verité... de morirse.
Que tiemble la bruja de Blair...

La abuela, que parece una reina de la belleza que ha madurado bastante bien gracias a algunos arreglitos, pese a estar risueña y sonriente continuamente y a ser una magnífica cocinera (no deja de cocinar cosas ricas para todos, repostería especialmente), por las noches se vuelve una especie de sonámbula endemoniada. Vaga de un lado para otro a gran velocidad, se desnuda y araña paredes, vomita como un tragafuegos escupe sus llamaradas, se pone en modo arácnido o niña de The Ring, y otras lindezas. Y bueno, por el día tampoco es que sea muy normal: persigue a sus nietos como un depredador a cuatro patas fingiendo jugar al escondite, le dan ataques de risa histérica, o le pide a su nieta que se meta entera enterita en el horno... para limpiarlo. 

Y el abuelo... Aunque parezca más sereno y racional, no. No lo es. También tiene lo suyo. Esconde pañales echados a perder en el granero, se arregla para asistir a fiestas de disfraces que debieron  de celebrarse hace mucho tiempo, ataca a vecinos arguyendo que les siguen o les miran mal, limpia cuidadosamente armas de fuego y luego se las pone en la boca...
¿Que el abuelo está algo mejor que la abuela? No lo creo...

Y el estado de los viejos va empeorando a velocidad pasmosa (estoy convencida de que Shyamalan ha pasado más tiempo del que habría deseado en contacto con la cara más triste y amarga de la Tercera Edad, cuando el cuerpo y la cabeza dejan de responder), hasta el punto de que los niños temen por sus vidas. Sobre todo, cuando por fin le ponen a su madre el ordenador delante de los abuelos para que los vea (sin que ellos se den cuenta) y ésta les hace una terrible revelación... 
"Mamá, ¡sácanos de aquí! ¡Preferimos las colonias de la Caja de Ahorros!"

No creo que esta crítica ya bastante plagada de SPOILERS necesite nada más en cuanto a argumento. Sobre la impresión que me ha provocado, seré breve: La visita me ha gustado mucho. Los actores son magníficos, sobre todo la abuela chiflada y poliédrica (Deanna Dunagan, toda una bruja de Hansel y Gretel). El abuelo está espléndido en su contención, y los críos son una maravilla de naturalidad y expresividad. Especialmente, cuando le dan un toque cómico al terror que están viviendo, algo para lo que el niño sobre todo es un crack. 

Y como no podía ser de otra forma, las marcas de la Casa Shyamalan están por todas partes. Las acciones compulsivas y repetitivas de la abuela cuando está ida recuerdan mucho a las de la anciana suicida de El incidente, el "monstruo" que hizo que el abuelo dejara su curro tiene mucho de los bichos de La joven del agua, y los niños, al haber sido abandonados por su padre, adolecen de carencias afectivas cuajadas en extrañas costumbres y manías que hacen pensar en el crío solitario y depresivo  de El sexto sentido
"Pregunta, pregunta, hijita... Pero como no me guste la pregunta, atente a las consecuencias..."

En resumen, y como puse en una red social: La visita emana esa clase de terror que envuelve a las historias que se cuentan los críos entre ellos para aterrorizarse porque recurre a elementos básicos pero infalibles, y además está narrada con la morosidad y los aderezos necesarios como para hacer un híbrido entre suspense y horror. Eso sí, yo le quitaría la última escena.

Ya me diréis qué os ha parecido. 




jueves, 24 de septiembre de 2015

A Anabel le dan las prácticas en la propia academia (CAP. III)


El invierno de aquel año fue espeluznante. Llovía a diario, a todas horas. Una lluvia fina pero constante que cuando soplaba el viento se convertía en un verdadero y tortuoso incordio. El cielo mostraba incansable un gris feo, cerrado e impenetrable, como si una lámina de cemento descolorido y sin estrías se hubiera encajonado en el firmamento. Los paraguas plegables no aguantaban más de dos días los embates del viento y muchos de ellos aparecían destrozados y abandonados en rincones de plazas y calles, en callejones y papeleras urbanas, con las varillas retorcidas asomando como antenas de insecto robot sobre las telas destripadas. Aquello parecía el decorado de una película desasosegante, la argucia de unos sádicos maestros escenógrafos pretendiendo crear el ambiente idóneo para que los personajes principales de la historia sufrieran depresiones, desengaños y conatos de suicidio.

            Mis prácticas en el centro eran sencillas, estúpidas, monótonas. Cualquier persona entre los trece y los sesenta y cinco años más o menos sana habría podido hacer lo mismo que yo. Eran tareas de oficina que no requerían ninguna habilidad o conocimiento especial. Sólo vista, manos, algo de cerebro, un poco de coordinación. Pero sabiendo a qué se debía mi presencia allí, la amabilidad y las buenas palabras de los que me rodeaban, casi todos bastante mayores que yo, eran enternecedoras. Y lo más importante, no sé si por autocontrol o porque de veras creían que no me lo merecía, ninguna de aquellas amables personas me regalaron nunca miradas de lástima o condescendencia.

El ambiente de mis prácticas/ premio de consolación era, en fin, inmejorable, y entre fotocopia y fotocopia y envíos masivos de mails, yo me sentía moderadamente útil y necesaria. Además, las clases de la Didascalia seguían en su línea, venga fotocopias, presentaciones en PowerPoint, exposiciones orales de trabajos hechos en un fin de semana. Lo cierto era que estaba ocupada, muy ocupada, que salía de casa por la mañana y que volvía por la noche, porque incluso comía en la propia academia, y el verme tan poco por casa, hacía creer a mis pobres padres que aquello me estaba viniendo bien. Que me sentía útil, atareada y, al fin, normal.

            Pero yo no me dejaba engañarme. No a aquellas alturas. Todo aquello no era nada más que un frágil y no perdurable en el tiempo espejismo pseudo laboral. Aquello acabaría más pronto que tarde y yo volvería a dar con mis huesos en el mundo de las horas desocupadas, laxas, mareantes y maleables.

            Así pues, los primeros meses de mi tercer año como parada estuvieron protagonizados por un trabajo y entorno propios de una Barbie Secretaria, una muñeca silenciosa y obediente colocada en una linda y cálida oficina que dándole la vuelta se convertía en una bonita academia de estudios. Y fuera de las ventanas de plástico fucsia, Bilbao tronaba y se retorcía. Una perfecta metáfora de lo que de forma inminente iba a suceder con mi vida privada.

martes, 22 de septiembre de 2015

Una famosa compañía de RR.HH.

me envía una encuesta sobre cómo me va la vida laboral.

En qué situación estoy, por dónde busco, qué considero que es lo más importante para pasar una entrevista de trabajo, etc, etc...

Y al final dejan un rectangulito en blanco para comentarios libres, cosas que me gustaría que cambiaran, críticas, y así.

La cosa no da para mucho, pero creo que lo he aprovechado bien.

He puesto:


Me gustaría que en las ofertas de trabajo no se pusiera como requisito indispensable residir en la CCAA del lugar donde está ubicado el trabajo. Muchas veces, los candidatos tenemos que trasladarnos de CCAA para encontrar empleo. Y más seriedad y rigor con los plazos de respuesta: no tener que "perseguir" a un consultor para saber si hemos pasado o no un proceso. Y por último, que dierais la oportunidad de una entrevista personal a alguien que aplica a muchas de vuestras ofertas y que es descartado continuamente, de forma automática, sin llegar a ser visto en persona. Gracias. Todo esto lo he vivido. 

Espero que lo lean. 

domingo, 20 de septiembre de 2015

Cosas que me gustan: En tierra extraña, de Icíar Bollaín

"¿No encuentras trabajo? ¿Por qué no te vas fuera? A trabajar en lo que sea, porque cualquier cosa es mejor que estar aquí sin hacer nada, ¿no? Aunque sea durante una temporada... Y así aprendes o mejoras el inglés, el francés o el alemán... Total, qué pierdes... Y te vendrá muy bien para el CV. A los entrevistadores no les gusta ver que has estado mucho tiempo sin hacer nada, porque piensan que eres un vago o que no has sabido buscarte la vida, y ellos buscan gente espabilada y que no pare quieta, ¿me entiendes?"

Seguro que a muchos os sonarán estas palabras. 

Muy bien, esta vez no me voy a explayar. 

Sólo decir que irse fuera a trabajar "en lo que sea", "cualquier cosa antes que estar sin hacer nada", conlleva un montón de cosas desagradables, sobre todo, cuando se hace a cierta edad, dejando de lado un buen rosario de estudios en los que se ha invertido mucho tiempo, esfuerzo, dinero e ilusión, y la vida social y familiar que se tenga, por supuesto. 

Porque este post es para que sepáis que existe En tierra extraña, un magnífico documental de Icíar Bollaín que retrata a una pequeña parte de los miles de jóvenes y no tan jóvenes españoles que han tenido que huir de su país en busca de ese (actualmente) privilegio llamado Trabajo. La directora se centra en la peculiar colonia española de expatriados forzosos que existe en la ciudad escocesa de Edimburgo. Si hubiera querido hacer una gira por más de estas ciudades "refugio" no habría dado  abasto...




Y sobran las palabras cuando se ve a una ingeniera de 30 años con Master e idiomas, guapa, educada y serena explicando que trabaja haciendo camas en un hotel, a un biólogo en un local de fast-food, o a una muchacha andaluza hablando por Skype con su entusiasta abuelo que la anima a "hacer la revolución" y "echar a los chorizos del poder".

¿Por qué no emitirán este documental en horario de máxima audiencia, en una cadena que todo el mundo tenga en su casa?  Merecería la pena. 




miércoles, 16 de septiembre de 2015

Consultoría Smile (y III)

(...)
—De todos modos, quiero que te vea otra compañera, X Y, de Madrid, que ocupa el puesto Z. Viene la semana que viene, y su opinión va a ser determinante para ver si te aceptamos para las prácticas —me comentó mi entrevistadora a modo de despedida, citándome para la semana que venía. Y yo me despedí de ella y del mudo muy sonriente y agradecida.

(...) 

Pero la segunda entrevista, con la consultora recién llegada de Madrid, no fue bien en absoluto. Y eso que aquel día el sol brillaba como un día de primavera, y yo llegué sonriente y feliz y vestida de la forma más juvenil de la que fui capaz sin dejar de parecer elegante, y cuando entré en la oficina y me encontré con mi primera entrevistadora, la saludé con una sonrisa deslumbrante y un enérgico apretón de manos, y cuando entré en la ya conocida sala de reuniones, me senté frente a la puerta a la espera de mi segunda entrevistadora sin dejar de sonreír, sin dejar de sonreír…
Mi segunda entrevistadora resultó ser una mujer de mediana edad, rostro agraciado, indumentaria más bien de sport, gesto risueño y, cómo no, sonrisa a prueba de bombas, mano firme y palabras amables. Y la entrevista fue prácticamente un calco de la anterior sólo que sin pruebas de idiomas, tanto que me sentí relajada y feliz en todo momento porque creía que ya me sabía todos los trucos para salir adelante. Pero resultó que me relajé demasiado, que me confié, que llegué a pensar que aquella gentil mujer que tenía delante era casi como una amiga de la familia, y hubo dos momentos, dos funestos momentos, en los que la pifié. El peor, sin duda, fue el segundo.
1) dejé que mi humor negro, al que siempre trataba de reservar para mi círculo más íntimo, fluyera libre: hice una broma sobre los cementerios parisinos y el hecho de que mis escritores preferidos estuvieran todos muertos, mofa que a mi interlocutora no le hizo ni pizca de gracia. Su cara fue todo un poemario.
2) respondí con sinceridad a una decisiva pregunta. “¿Y por qué quieres trabajar aquí, con nosotros, Anabel?”, preguntó mi entrevistadora. “Porque tras haberme preparado a conciencia en diferentes disciplinas tengo ya edad y ganas de sobra para entrar, por fin, en el mundo laboral”, respondí yo. ¡Crack! Craso error, pequeña. Game Over.
El gesto de la Risueña se tornó lúgubre y funerario, se le congeló la sonrisa y toda ella se volvió áspera, soberbia y condescendiente, elevando ligeramente el mentón, hinchando las narices y abriendo mucho los ojos. Un digno clon de mi prima Virginia cuando su ego lucía especialmente saludable.
—Anabel —me dijo con un tono escalofriantemente didáctico—, te daré un consejo: no es trabajo, así, a secas, lo que deberías buscar, sino algo que realmente te satisficiera.
The end. La entrevista terminó. Nuevo apretón de manos, sonrisas, extraña y larga mirada de mi entrevistadora a mis zapatos estilo Oxford (¿Le gustarían o le repelerían? Nunca lo sabré), y una última advertencia: “Si te escogemos, te llamaremos. Si no te llamamos, pues es que no te hemos escogido”. En resumen, un silencio negativo me llevaría a un nuevo rechazo. Ni siquiera un mail tipo, perezoso y robotizado, para decirme que no. No me esperaba eso de una gran consultoría internacional como aquélla.
Salí de la entrevista con el barato, artificial, mezquino, infantil, perverso, estúpido y banal consejito último flotando por mi mente. Era mediodía y en apenas unas horas empezaban mis clases de la Didascalia. Comí sin apetito y muy intranquila, y cuando ya estaba saliendo de casa para tomar el autobús rumbo a la universidad recibí un mensaje de móvil de Elena, una compañera de clase, diciéndome que le habían dado las prácticas en la consultoría a ella, que dejaba las que ya tenía por aquéllas, mucho más atractivas. Pero que no me preocupara, que hablaría con su ya ex jefa para que me dejaran incorporarme al puesto que ella dejaba vacante.
Y sentí que la tierra se abría bajo mis pies y me arrastraba a los terrenos de una pesadilla. ¿Qué diablos pasaba allí?

 Resultó que Elena, a pesar de disfrutar de unas prácticas en una buena empresa del centro desde hacía varias semanas, también había sido entrevistada en la Consultoría Smile. Y había pasado los dos filtros, el de la rubia del moño y el de la Risueña, sin problemas ni ningún tipo de feedback. La quisieron sin cortapisas. 

lunes, 14 de septiembre de 2015

Consultoría Smile (II)


A mi entrevistadora también pareció gustarle mucho “mi afición literaria coronada con un premio tan goloso”, y que yo hablara idiomas, y me pidió que, si era tan amable, les contara en inglés a ella y a su compañero (¿De verdad que aquel chico estaba allí presente?) en qué habían consistido las prácticas de mi Master “literario”. Y yo les relaté lo que me pedían intentando mostrar la gran riqueza de mi vocabulario en lengua inglesa y mi exquisita pronunciación, más british que estadounidense, siempre en forma gracias a mi afición a ver películas en versión original. Los gestos de mis entrevistadores, que incluso se miraron entre ellos con un leve y halagüeño asombro, me llenaron de satisfacción. Les había sorprendido para bien. Ya, entonces, no había duda: el puesto iba a ser mío.

 Afuera el sol no dejaba de brillar, piaban algunos pajarillos, y mi entrevistadora me confesó que mi inglés era muy bueno y que era una lástima que ni ella ni su compañero hablaran francés para que pudiera demostrarles que “seguramente” también lo dominaba. Y que aquello era un plus, porque para trabajar allí, los idiomas, especialmente el universal inglés, se valoraban mucho. Entonces, creí, me pareció, escuchar un tímido pajarillo piando en lo alto de uno de los altos y elegantes arbolitos urbanos de la Gran Vía bilbaína toda una melodía jubilosa dedicada a mi persona. El cumplido penetró en mí como maná divino tras una árida y llena de padecimientos marcha por el desierto. Y me sentí dichosa. ¿De verdad, podía ser, que el puesto, unas prácticas consistentes en seleccionar personas, y en pleno centro de la ciudad, al lado de casa, en unas oficinas ideales, ¡y con muchas posibilidades de quedarse después! (algo que me dijo mi linda entrevistadora), estuviera a punto de caer en mis decepcionadas y menospreciadas garras?

Oh, claro qué no. Nooo. ¡No! No.

Algo así no ocurrió. Porque después de elogiar mi buen inglés y de hacerme describirme a mí misma en no sé cuántos en adjetivos y de expresar qué pensaba que podía aportar a su empresa (mis asépticas respuestas les dejaron más bien indiferentes), la consultora me avisó de que la entrevista ya había terminado y que entonces quería darme su feedback. Feedback, una palabra inglesa y esplendente que equivale a “la impresión que me has dado”. Y aquel feedback no fue en modo alguno bueno. No, señor…

A) Mi entrevistadora consideraba que debía haberme sentado mirando a la puerta, en cualquiera de los asientos que allí había dando a la puerta, y no de espaldas a ella.

El shock que me produjo semejante observación me impidió preguntarle cuál era la explicación psicológica, seguramente interesantísima, que aclaraba que no era bueno que el candidato no se sentara mirando a la puerta. Pero era fácil de adivinar por dónde iban los tiros. Seguro que aquello, sentarse en un lugar desde el cual no se podía estar completamente alerta a ver quién entraba en la sala, denotaba falta de interés, pasividad, descuido.  Million Dollar Baby vino a mi cabeza, esa escena en la que Hillary Swank, por no seguir el insistente consejo de Clint Eastwood de estar siempre en guardia, es funestamente golpeada por la espalda.

B) Mi entrevistadora me afeó el hecho de que le hubiera dado la mano con tan poca fuerza. Con muy poca fuerza. “Casi no has apretado, has hecho así —y me coge la mano, y siento que algo frío hecho de carne y hueso me la envuelve, y me la suelta, un visto y no visto, y a regañadientes reconozco que eso resulta poco agradable—, algo completamente diferente a esto, ¡aprieta! —y me vuelve a coger la mano, pero ahora aprieta sin llegar a hacerme daño, y yo hago lo propio, nos agitamos enérgicamente las manos y se queda feliz y satisfecha—, ¡muy bien! ¿Ves que sensación tan diferente?”. Sí, lo veo, lo noto y lo siento. Y sobran las explicaciones: está claro que una persona que  saluda apretando bien la mano y mirando a los ojos denota mucha seguridad y un buen puñado de cosas buenas que comienzan por “auto”. El chico parece estar de acuerdo, pero noto algo de compasión en sus grandes ojos pardos. Y se la agradezco.

C) Y que por qué no sonreía más. Que se me veía muy seria, muy grave, muy… sufrida. Mi entrevistadora parece tan afectada mientras me explica la imagen tan poco luminosa que he transmitido durante toda la entrevista, que me entra, ahora sí, la risa, no la sonrisa, sino la pura, desesperada y harta de críticas risa. ¡JAJAJAJA…! Y mi entrevistadora también se ríe porque cree que su mensaje ha calado hondo, y el chico también ríe, los tres reímos, y mi entrevistadora se siente satisfecha. Todos sus años de Psicología, Recursos Humanos y quién sabe cuántos cursos sobre la conducta humana han valido para algo. “¿Ves? ¿Ves cómo todo es más agradable si sonríes? ¿No te das cuenta de la cantidad de cosas buenas que estamos transmitiendo aquí, ahora mismo, por el simple hecho de sonreír relajada y gustosamente?”. Afirmo con la cabeza sonriendo dulcemente. Esto ya es, directamente, ¡un musical! All you need is a big smile… La, la, la… Ahora, mi entrevistadora se levantará y hará el pino puente sobre la mesa, y su compañero sacará una chistera y un bastón de algún sitio y comenzará a girarlo en el aire con una habilidad demencial, y los dos cantarán a pleno pulmón que all you need is a big smile, la, la, la…

jueves, 10 de septiembre de 2015

Cosas que me gustan: Penny Dreadful

Cuando ya está a punto de irse el verano, quien escribe este blog se dispone a redactar una entrada personal (ya van varias, aunque no demasiadas), más allá de los extractos de su novela sobre la desempleada irredenta Anabel.

Y el motivo es contarle al mundo lo mucho que me gusta una serie de televisión, Penny Dreadful, de capital estadounidense pero ambientación inglesa, victoriana, nada más ni nada menos, ese período tan singular (clásico y rígido en cuanto a formas pero cuna y ecosistema de grandes amantes y practicantes del ocultismo y lo macabro) que toma su nombre de quien reinaba en el momento (finales del siglo XIX, primerísimos del XX), la monarca Victoria, una robusta mujer de gesto severo y no menos inflexibles costumbres. O al menos, eso nos han contado...


La cuadrilla protagonista al completo
Antes de ponerme a hablar de Penny Dreadful tengo que decir que yo me he mantenido y me sigo manteniendo en una extraña posición con respecto a los seriéfilos de pro. No creo que haga falta recordar que desde no hace demasiado vivimos una oleada de seriemanía, pero lo haré.

En los últimos tiempos la televisión ha sido inundada por tropecientas series de todo tipo, envoltorio y duración, maniobra arropada por una campaña más o menos sutil pro-tele (con consignas como que el verdadero arte audiovisual lo copa ahora la otrora caja tonta, o que los astros de Hollywood no sólo no temen bajar de caché por hacer series, sino que lo piden ansiosamente). Aunque, lógicamente, las series que más ruido han hecho han sido las protagonizadas por grandes estrellas y que han recibido los halagos de la crítica y el favor del público. Ambos parabienes a la vez, logro harto complicado.

El caso es que las series que tenían que gustarme sí o sí (Breaking Bad, Juego de Tronos, True detective o, incluso, la pionera en este tema, Perdidos) no han terminado de calarme. Y eso que lo he intentado y reconozco lo bien hechas e interpretadas que están, claro que sí, pero no ha habido manera de que alguna de ellas lograra que dijera "ésta es mi serie, sí señor. Me muero por ver el siguiente episodio. El actor X o la actriz Y es un genio, su personaje no se me va de la cabeza...", reflexiones que creo que le deben brotar  a uno cuando encuentra una serie que le gusta de veras.


En cambio, sí que he logrado engancharme a series "menores" (con sus miles de fans y seguidores, sí, pero no tan deluxe) como la simpática pero algo ingenua El MentalistaThe Walking Dead (que aunque sea de las más vistas recibe buenas dosis de estopa por parte de la crítica y de ciertos espectadores que la siguen pero sin dejar de gruñir que podrían hacer las cosas mucho mejor) o el horror delicatessen de Hannibal, de la que ya hablé aquí y que, desgraciadamente, parece que no volveré a ver tras finalizar su tercera temporada (atención, SPOILER!), en un episodio que parece un homenaje al relato de Arthur Conan Doyle El problema final , en el que Sherlock Holmes y el profesor Moriarty llevan su odio hasta las últimas consecuencias en unas cataratas suizas.

Y hablando del buen detective de Baker Street... Creo que la única excepción a esta forma mía de seguir la corriente seriéfila que nos asola es la monumental, genial, exquisita y terriblemente buena Sherlock, una serie de culto que tiene un extraño formato que le va de perlas (pocos episodios por temporada y cada episodio en forma de una película de corta duración), que deja a todo dios con la boca abierta y de la que hablaré otro día, y la exquisitamente demencial Penny Dreadful, la que hoy nos ocupa.

Espere un poco, señor Holmes. En breves le dedicaré una entregada entrada...


La primera imagen que se me vino a la cabeza cuando leí que habían rodado una serie de temática oscura llamada Penny Dreadful fue la de una villana de comic. No por nada, Penny Dreadful es una de las malas que aparecen en un par de tebeos de mi colección (del año de la pera, todo hay que decirlo), una chica miembro de un grupo de supervillanos llamado Helix y cuyo poder es que su cuerpo sirve como un perfecto transmisor de electricidad. En el comic explican que la llaman Penny Dreadful, "peñique terrible", ya que, como buen peñique de cobre, la muchacha es una lograda transmisora de electricidad, perfecta para electrocutar enemigos, arreglar bombillas y cosas así. Me quedé con esta explicación en cuanto la leí. Pero años después, no recuerdo muy bien cómo, descubrí que semejante nombre/apodo esconde un fondo mucho más ingenioso: porque literalidades aparte, los llamados "penny dreadful" eran unos folletines repletos de historias sensacionalistas que se vendían en el Londres victoriano por el módico precio de un peñique. Ajam... Fíjate tú. Había más fondo en el asunto...

Con todos ustedes, la señorita Penny Dreadful, una pelirroja electrizante...

Obviamente, es este guiño el que tomó el creador de Penny Dreadful para tejer su serie. Y la verdad es que le viene ni que pintado.


Pero, ¿cuál es la historia que cuenta Penny Dreadful?


Pues aunque ahora me parezca imposible, tengo que confesar que en cuanto supe de qué iba exactamente la serie sentí cierto recelo y algo cercano al rechazo al tratar de asimilar tanta mezcolanza. Me explico: en el lúgubre Londres victoriano de finales del XIX se juntan varios personajes peculiares y poderosos a su manera para tratar de hallar a una joven desaparecida en extrañas circunstancias que responde al nombre de Mina Murray (sí, sí, la novia de Drácula de toda la vida) y otros que sin participar en la loable misión, andan por ahí dando guerra.



Un más intenso que nunca Victor.
Y sin tener que enseñar musculitos, ¿eh, Kenneth?
El actor es bueno,
¿de veras hacen falta esos faros visuales?
Y el núcleo de este grupito lo forman, atentos: el padre de Mina, Sir Malcom Murray, un explorador de buena cuna que es un cruce entre el Doctor Livingstone y Miguel de la Quadra-Salcedo y que está interpretado por un James Bond más bien sosainas, Timothy Dalton; el ayudante africano de éste último, un hombretón fiel y silencioso de oscuro pasado llamado Sembene (buen trabajo actoral del por ahora desconocido Danny Sapani); un habilidoso pistolero norteamericano al que pone carne y voz Josh Harnett, el pobre chaval de Pearl Harbor, que ha acabado siendo una suerte de Brad Pitt moreno; el mismísimo Victor Frankstein, un joven y virtuoso doctor atormentado y solitario con tendencias que rozan (o tocan directamente) la necrofilia, y que no sería lo mismo sin el superior actor que le da vida, Harry Treadaway, y su creación, un monstruo de Frankstein más existencialista que nunca y que aunque esté bien encarnado por el actor Rory Kinnear, en mi humilde opinión, su estilismo podría haber estado mucho mejor (prescindiendo de las lentillas fanta naranja, por ejemplo); el bello, delicado, vicioso, hedonista e insoportablemente risueño Dorian Grey (menudo mix, ¿no?), del que muchos conocemos desde hace tiempo su secreto, y por encima de todos estos hombres, ella, La Mujer, el pilar maestro sobre el que se levanta toda esta locura de trama, la vidente/bruja/diosa egipcia resucitada Vanessa Ives, la muchacha que pasó de ser la mejor amiga de Mina a una traidora de tomo y lomo. 


Miss Ives es la obra maestra de Eva Green, esa extraña actriz francesa que habla un inglés perfecto y que se tiñe el pelo de negro cuervo y cuyo sobrehumano talento brilla con supremacía perversa en cada una de sus apariciones en esta serie. Porque por si no lo sabíais, éste es el papel de su vida.

Porque Eva Green, que me provocó rechazo en Soñadores (porque odié esa película entera) y que me gustó como Vesper Lynn, es Vanessa Ives, y por extensión, Penny Dreadful, el Londres victoriano y toda la razón de ser de este tinglado. Y por lo que parece, Eva está en su salsa en esta serie, rodeada de monstruos, brujas, diablos, hombres lobos, perversos sexuales y jacks destripadores (aún no, pero se le huele, se le intuye), y te la crees en todos sus registros, tanto si es una princesita celosa de la boda de su mejor amiga y presa fácil para las tentaciones del Lado Oscuro, una chalada poseída con los ojos en blanco que raya y despedaza con frenesí  muebles, paredes y colchas, o una dama algo fría pero amable que asiste a todo tipo de reuniones sociales con gesto sereno (pero siempre alerta) y luciendo inolvidables modelitos con toques goticunos. 

Eva endemoniada

Eva de paseo

Si el tío Oscar premiara indistintamente interpretaciones televisivas y cinematográficas, yo lo tendría claro: Eva Green tendría que ser la Mejor Actriz del Año por cualquiera de los episodios de esta serie. Sus ojos color índigo, de mirada vetusta, calculadora y reveladora, como de otro mundo, encierran más gravedad, dolor y enigmas que cualquier aspaviento desmadrado de otras actrices de su generación, y ni siquiera cuando ríe con ganas, casi siempre sin enseñar los dientes, se parece remotamente a otras intérpretes.

Por lo demás, que menudo texto me está saliendo, decir que con este argumento Penny Dreadful podría haber sido una de esas series que tanto me espantan, en la que chicos y chicas de belleza aniñada clavan estacas en corazones de plástico o muerden pescuezos para beber sangre de granadina sin que se les corra el maquillaje o se les deshagan las ondas al agua. O una mala prolongación televisiva de la La liga de los Hombres Extraordinarios o el cachondeo de Van Helsing (personaje que hace un cameíllo, por cierto).

Pero no. No. Los actores mencionados, el vestuario exquisito, la ambientación sobresaliente, los personajes secundarios, toda clase de aberraciones sanguinarias (y sexuales) rodadas con tanto gusto que son tolerables, y una música exquisita, obran el milagro.

Una de las brujas de la Segunda Temporada.
Una Bathory aficionada al vudú con muñecas de porcelana

En resumen, que Penny Dreadful es, sin duda, mi serie, ex aequo con Sherlock, eso sí. Y que espero ansiosa su tercera temporada para 2016.

PD: me he "comido" a Billie Piper y a su imprescindible prostituta primero/monstruita después, esencial para terminar de pulir a varios varones de la función, al pobre Victor especialmente...


martes, 8 de septiembre de 2015

Consultoría Smile (I)



Y llegamos a mi sexta y última entrevista, doble, además. Mi preferida.
Ya no podía fallar. Era imposible. Sólo quedaba yo por colocar de toda la Didascalia: aquel puesto tenía mi nombre. El lugar: una multinacional dedicada a la consultoría de Recursos Humanos. Si me escogían para aquellas prácticas tendría la ocasión de aprender a seleccionar personal para empresas, para diferentes puestos, posibilidad que me llenaba de una perversa excitación, porque de lograr el puesto, le daría la vuelta a la tortilla, yo tomaría la sartén por el mango, sería yo la mandamás sabia e intuitiva dedicada a decir quién sí y quién no merecería ocupar cierto empleo. Pero mi lado más prudente me advertía de que no debía cantar victoria tan deprisa, que cabía la posibilidad, remota y extraña, de acuerdo, pero real, de que no me quisieran allí.
Fuera como fuera, me vestí con especial esmero para mi entrevista de trabajo en la famosa consultoría, sita en plena Gran Vía de Bilbao, a unos diez minutos de mi casa, y me dije que todo iba a salir bien. El sol de finales de otoño brillaba en el cielo de la Villa y no caía ni una sola gota de agua del cielo.
La consultoría ocupaba toda una planta, y pese a estar dentro de un edificio muy antiguo y señorial, contaba con una decoración moderna y minimalista, con su potente logo rojo y azul impreso por todas partes.

Me recibió una simpática recepcionista que me invitó a entrar y acomodarme en una pequeña y pulcra sala de reuniones parecida a donde me había entrevistado el Sonrosado. Cerró la puerta de inmediato y tomé asiento en la primera silla que tuve delante, una que me dejaba de espaldas a la puerta. En el respaldo dejé bien colocado mi abrigo anaranjado y me preparé para la entrevista, intentando mantener mi espalda recta, respirando hondo y comprobando que mi pelo estaba perfectamente alisado y que el broche con el que cerraba el escote triangular de mi vestido se mantenía a raya. Enseguida aparecieron allí mis entrevistadores; tuve que girarme para recibirlos. Un chico y una chica. Ambos jóvenes, más o menos de mi edad. Elegantemente vestidos. Con aspecto muy agradable, pero desde el primer momento, desde que estrechó fuertemente mi mano y me clavó sus redondos ojos verdosos, quedó claro que la chica llevaba las riendas (hasta tal punto las llevaba, que el chico prácticamente no abrió la boca durante los cuarenta minutos que duró todo). La chica, jersey de cuello cisne, moño rubio ceniza, perlas diminutas y pulcro maquillaje, enseguida dejó de lado la simpatía inicial para mostrar un gesto todo concentración y rigurosidad y bombardearme a preguntas con una copia de mi CV como guía. Lo de siempre, que por qué, por qué, por qué…, dando especial importancia, a juzgar por el tiempo que le dedicó al tema, a mi estancia en París para estudiar danza. Yo hablaba muy seria, rigurosa y solemne, acorde a la seriedad, rigurosidad y solemnidad con la que era preguntada, como si aquella joven entrevistadora vestida como una mujer de cincuenta y yo danzáramos un baile de salón del que yo no conocía los pasos pero ella sí, y por eso tenía que dejarme dirigir por mi pareja para tratar de hacer las cosas bien. Y en aquel ambiente tan protocolario no me parecía apropiado hacer algún comentario cómico, dejar deslizar alguna ironía o permitirme cualquier licencia que turbara lo más mínimo tanta profesionalidad. 

Madre Ciudad te devora: Metrópolis, de Ferenc Karinthy

El turista accidental . Siempre me ha resultado curioso este título y la mezcla de sensaciones que me despierta: regocijo, suspense, cierto ...